Allí practiqué y desarrollé ese periodismo participativo que siempre me ha identificado y que definí en mi tesis doctoral. En esos años conseguí hacerme con un buen currículum. En verdad estaba satisfecha. Realmente con mi periodismo participativo "intervenía" en la vida pública, accionaba más de una vez la palanca en la vida social a través de la información, de la gestión, de la investigación de una causa. Ahí están las hemerotecas que lo atestiguan en el trabajo informativo de Madrid y ahí queda también la amplia intervención que, recaudando información, utilizando contactos, tuve en los momentos más estelares y cruciales de la transición.
GALERÍA DE RETRATOS (1969-1984)
*Recepción en el Ayuntamiento con S. M. Don Juan Carlos I y Ramlho Eanes, Presidente de Portugal.
*La Reina Doña Sofía.
*Presidentes de Gobierno: Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo y Felipe González.
*Vicepresidente: Alfonso Guerra.
*Ministros: Javier Solana, Iñigo Cavero, Fernández Ordoñez, Joaquín Garrigues, Vicente Morte, José Lledó, Antonio Valdés.
*Ministros: Javier Solana, Iñigo Cavero, Fernández Ordoñez, Joaquín Garrigues, Vicente Morte, José Lledó, Antonio Valdés.
*Diputado: Santiago Carrillo.
*Director General de Carreteras: Enrique Aldama.
*Alcaldes: Carlos Arias, Juan Arespacochaga, Enrique Tierno
Así de satisfecha estaba cuando un día que tenía entre mis manos el diccionario de la RAE, -la décimo novena edición, publicada en 1970-, instrumento de consulta para mí cotidiano, me saltó a la vista la acepción hombre público: el que interviene públicamente en los negocios políticos. Teniendo en cuenta la novena acepción, en esa misma edición del diccionario, de político, política: Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo; vine en creer que, por igualdad, me estaba convirtiendo en una mujer pública.
Desde que ejercí el periodismo y con anterioridad, ya había probado el machismo, las cortapisas a la mujer, la necesidad de demostrar cada gramo de inteligencia y eficacia y todas esas cosas que venimos en padecer las mujeres en una sociedad hecha por y para los hombres.
Desde aquella llamada de atención del policía municipal, -antes se les llamaban guindillas y después pitufos-, en la que subí al paso de Cuatro Caminos en construcción (1969) , -ahora derribado-, con los ingenieros de la obra y se nos impidió el paso porque: "Como viene la señora..."; a la grotesca comida que tuve en el Club Financiero Génova, que ahora ha cumplido su XXXV aniversario, a donde me llevó un socio fundador para que conociera la realización y tuvieron que habilitarnos un comedor apartado de los restantes, lo que me llevó a escribir en YA, (5 de junio de 1976), un comentario en mi columna "Madrid, Plaza Universal" titulado: "A la mujer hay que echarle de comer aparte".
En verdad que había conseguido algunos triunfos como ser la primera mujer que se sentó como redactora de mesa en ABC en el verano de 1963, cuando hice las prácticas y firmé como tal algunos artículos, o ser la primera mujer en el diario YA, finales de los años sesenta, que bajó a talleres para hacer el cierre de madrugada, de la edición de mañana. Más de una vez, dentro de mi actividad para ejercer el periodismo participativo, si acompañaba a un alcalde, se me tomaba por la alcaldesa consorte; si a un gobernador, por la gobernadora igualmente consorte.
Ingenua de mí, fuí a buscar en el vocablo mujer la acepción de pública y me encontré que la mujer pública es simple y llanamente: puta, ramera. Así expresado en aquella edición del diccionario de la Academia, que Fija Limpia y Da Esplendor a la Lengua Española: mundana, pérdida o pública, ramera.
En aquella edición, ramera: Mujer que hace ganancia de su cuerpo, entregada vilmente al vicio de la lascivia. Resultando ser puta: Prostituta, ramera, mujer pública. Y prostituta: mujer pública, ramera.
Después de tanto estudiar, trabajar, tener un considerable currículum y un reconocimiento en la sociedad, sólo había conseguido ser puta y ramera, aquello contra lo que me habían vacunado a fuego, como quien imprime un hierro sobre el pelillo de la dehesa, antes de salir del seno familiar.
Desde que ejercí el periodismo y con anterioridad, ya había probado el machismo, las cortapisas a la mujer, la necesidad de demostrar cada gramo de inteligencia y eficacia y todas esas cosas que venimos en padecer las mujeres en una sociedad hecha por y para los hombres.
Desde aquella llamada de atención del policía municipal, -antes se les llamaban guindillas y después pitufos-, en la que subí al paso de Cuatro Caminos en construcción (1969) , -ahora derribado-, con los ingenieros de la obra y se nos impidió el paso porque: "Como viene la señora..."; a la grotesca comida que tuve en el Club Financiero Génova, que ahora ha cumplido su XXXV aniversario, a donde me llevó un socio fundador para que conociera la realización y tuvieron que habilitarnos un comedor apartado de los restantes, lo que me llevó a escribir en YA, (5 de junio de 1976), un comentario en mi columna "Madrid, Plaza Universal" titulado: "A la mujer hay que echarle de comer aparte".
En verdad que había conseguido algunos triunfos como ser la primera mujer que se sentó como redactora de mesa en ABC en el verano de 1963, cuando hice las prácticas y firmé como tal algunos artículos, o ser la primera mujer en el diario YA, finales de los años sesenta, que bajó a talleres para hacer el cierre de madrugada, de la edición de mañana. Más de una vez, dentro de mi actividad para ejercer el periodismo participativo, si acompañaba a un alcalde, se me tomaba por la alcaldesa consorte; si a un gobernador, por la gobernadora igualmente consorte.
Ingenua de mí, fuí a buscar en el vocablo mujer la acepción de pública y me encontré que la mujer pública es simple y llanamente: puta, ramera. Así expresado en aquella edición del diccionario de la Academia, que Fija Limpia y Da Esplendor a la Lengua Española: mundana, pérdida o pública, ramera.
En aquella edición, ramera: Mujer que hace ganancia de su cuerpo, entregada vilmente al vicio de la lascivia. Resultando ser puta: Prostituta, ramera, mujer pública. Y prostituta: mujer pública, ramera.
Después de tanto estudiar, trabajar, tener un considerable currículum y un reconocimiento en la sociedad, sólo había conseguido ser puta y ramera, aquello contra lo que me habían vacunado a fuego, como quien imprime un hierro sobre el pelillo de la dehesa, antes de salir del seno familiar.
Había olvidado la propia historia de la Real Academia. Había olvidado el paso por la institución de Alejandro Pidal; perteneciente a otras Reales Academias; embajador en la Santa Sede; presidente por tres veces del Congreso de los Diputados; ministro de Fomento, cuando tenía a su cargo la educación, quien blandió un acuerdo que no permitía la admisión de las mujeres en la institución. Impidió el acceso a Gertrudis Gómez Avellaneda y a Emilia Pardo Bazán. Le correspondió leer al académico, en 1905, en la conmemoración del Quijote, un discurso inconcluso, por su fallecimiento, del escritor gallego, Juan Varela, quien también había dejado un opúsculo contra la Pardo Bazán: "Las mujeres y las Academias", firmado "valientemente" con seudónimo, Eleutoro Fylogino: "Si un académico se fijase en la contemplación de la hermosura animada y semoviente ¿no se distraería de las reglas de la prosodia y la sintaxis?"
Aunque en honor a la verdad, hay que decir que tanto al hijo del primer marqués de Pidal, que tenía por lema: "Querer lo que se debe, hacer lo que se puede", como al escritor gallego, se les había adelantado por razón de calendario, un siglo antes, el XVIII, María Isidra de Guzmán y de la Cerda, que en 1784 fue nombrada académica honoraria, consecuencia de la amistad de su familia, marqueses de Montealegre y conde de Oñate con Carlos III. La ilustre académica, a juzgar por sus apellidos, había pasado por la Universidad de Alcalá de Henares. Pero, tras contraer nupcias, marchó a Sevilla a ocuparse, en la ciudad hispalense, de la casa, obligada y exclusiva finalidad de la mujer para los machistas de antes y de ahora.
Qué podía esperar si tampoco tuvo acceso a la Real Academia, con posterioridad, María Moliner, pese a su diccionario. Diccionario en el que la autora no se atrevió a irrumpir dando una nueva acepción al apartado mujer pública, pues algo de intervención activa tuvo en la política con su obra, quedándose con lo de Mujer pública [del punto o de la vida]. Prostituta. Y así permaneció también cuando treinta y dos años después, en 1998, se llevó a cabo la segunda edición.
Intentando recuperar mi dignidad, en más de una ocasión me he ocupado en revisar una y otra edición de distintos diccionarios. Desde el más antiguo hallado en la biblioteca de mi casa, de 1918, que en la tercera acepción de mujer dice: del arte, de la vida airada, del partido, de mala vida, de mal vivir, mundana, perdida o pública. Ramera. Y del hombre público: El que interviene públicamente en los negocios políticos.
Desde aquel primer encuentro con mi situación de puta y ramera, casi tuvo que pasar una década, pues fue en enero de 1979, para que ingresara Carmen Conde en la RAE, la primera mujer, ya en tiempos de democracia. Luego, Elena Quiroga, la dos fallecidas. Con posterioridad ingresó Ana María Matute, que ocupa el sillón K mayúscula. Dentro aún del pasado siglo, año 2000, ingresó Carmen Iglesias, que ocupa el sillón E mayúscula. En total cuatro mujeres que son públicas por su participación e intervención en nuestra sociedad, y que la Docta Casa, al no haber rectificado ni un ápice, ni actualizado la acepción de mujer pública, pese a estar ya en el siglo XXI, lleva a la más lamentable confusión.
En la década de los noventa del pasado siglo, comenté el tema en más de una ocasión con académicos como Laín Entralgo o Martín Municio; también con Ansón cuando fue nombrado académico, y con Rafael Alvarado Ballester, que ocupó el sillón m minúscula, de mujer, de 1982 a 2001.
Aunque en honor a la verdad, hay que decir que tanto al hijo del primer marqués de Pidal, que tenía por lema: "Querer lo que se debe, hacer lo que se puede", como al escritor gallego, se les había adelantado por razón de calendario, un siglo antes, el XVIII, María Isidra de Guzmán y de la Cerda, que en 1784 fue nombrada académica honoraria, consecuencia de la amistad de su familia, marqueses de Montealegre y conde de Oñate con Carlos III. La ilustre académica, a juzgar por sus apellidos, había pasado por la Universidad de Alcalá de Henares. Pero, tras contraer nupcias, marchó a Sevilla a ocuparse, en la ciudad hispalense, de la casa, obligada y exclusiva finalidad de la mujer para los machistas de antes y de ahora.
Qué podía esperar si tampoco tuvo acceso a la Real Academia, con posterioridad, María Moliner, pese a su diccionario. Diccionario en el que la autora no se atrevió a irrumpir dando una nueva acepción al apartado mujer pública, pues algo de intervención activa tuvo en la política con su obra, quedándose con lo de Mujer pública [del punto o de la vida]. Prostituta. Y así permaneció también cuando treinta y dos años después, en 1998, se llevó a cabo la segunda edición.
Intentando recuperar mi dignidad, en más de una ocasión me he ocupado en revisar una y otra edición de distintos diccionarios. Desde el más antiguo hallado en la biblioteca de mi casa, de 1918, que en la tercera acepción de mujer dice: del arte, de la vida airada, del partido, de mala vida, de mal vivir, mundana, perdida o pública. Ramera. Y del hombre público: El que interviene públicamente en los negocios políticos.
Desde aquel primer encuentro con mi situación de puta y ramera, casi tuvo que pasar una década, pues fue en enero de 1979, para que ingresara Carmen Conde en la RAE, la primera mujer, ya en tiempos de democracia. Luego, Elena Quiroga, la dos fallecidas. Con posterioridad ingresó Ana María Matute, que ocupa el sillón K mayúscula. Dentro aún del pasado siglo, año 2000, ingresó Carmen Iglesias, que ocupa el sillón E mayúscula. En total cuatro mujeres que son públicas por su participación e intervención en nuestra sociedad, y que la Docta Casa, al no haber rectificado ni un ápice, ni actualizado la acepción de mujer pública, pese a estar ya en el siglo XXI, lleva a la más lamentable confusión.
En la década de los noventa del pasado siglo, comenté el tema en más de una ocasión con académicos como Laín Entralgo o Martín Municio; también con Ansón cuando fue nombrado académico, y con Rafael Alvarado Ballester, que ocupó el sillón m minúscula, de mujer, de 1982 a 2001.
IMÁGENES:(1973-1995)
*Doctorado por la Complutense
*Presentación del libro: El Madrid de Juan Carlos I
*Premio de novela Círculo Mercantil
*En el Congreso, primera reunión sobre la Autonomía de Madrid
*Doctorado por la Complutense
*Presentación del libro: El Madrid de Juan Carlos I
*Premio de novela Círculo Mercantil
*En el Congreso, primera reunión sobre la Autonomía de Madrid
*San Martín de Valdeiglesia: Visita futuro vertedero
*La Défense, París
*Enric Massó, alcalde de Barcelona
*Pinar de Valsaín, Segovia
*Fernando Lázaro Carreter, Director de la RAE y Jaime Blanco, Presidente Colegio Administradores de Fincas, miembro benefactor.
*La Défense, París
*Enric Massó, alcalde de Barcelona
*Pinar de Valsaín, Segovia
*Fernando Lázaro Carreter, Director de la RAE y Jaime Blanco, Presidente Colegio Administradores de Fincas, miembro benefactor.
Llegó con el siglo, en 2001, la vigente edición del diccionario de nuestra lengua, la vigésimo segunda. Se operan algunos cambios. En la definición del vocablo mujer encontramos cuatro veces la palabra PROSTITUTA, que en la edición de 1970 no aparecía. En la acepción perdida o pública, la mujer continua siendo prostituta.
Desde la edición de 2001, prostituta: Persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero. Ramera: Mujer cuyo oficio es la relación carnal con hombres. Puta: Prostituta. Conclusión, la mujer pública siempre puta, ramera, prostituta.
Desde el día que, gracias al diccionario, me enteré que soy puta, ramera, no he llegado a comprender que los grupos feministas; las académicas; incluso las mujeres inmersas en política, porque también queda mal parada la mujer de partido, considerada de partido o de punto; el Instituto de la Mujer y aquel libro que se refería concretamente al trato en el diccionario; algunas reuniones Congreso-Real Academia... incluso para dejar a la mujer bien definida ante la violencia de género, no hayan terminado con este machismo académico.
Comprendo, como me dijo Rafael Alvarado, que se trata de algo muy arraigado, tanto como el vicio más antiguo de la humanidad, pero tendrán que convenir conmigo, que en mujer pública se puede añadir otra definición que venga en decir que, una vez la incorporación de la mujer a la sociedad y su desarrollo, también es mujer pública, aquella que como el hombre público es: la que interviene públicamente en los negocios políticos. Ahora que se prepara la vigésimo tercera edición del diccionario, en la que se están incluyendo sin prejuicios algunos vocablos como: perder... aceite, ir de culo, entre otros, me pregunto si tendrá esa "valentía".
Como me considero mujer pública por cuanto soy activa dentro de la sociedad y he dado algunos pasos en favor de esa integración de la mujer en la misma, cuando la vigésimo segunda edición del diccionario me ratificó como puta, ramera, decidí integrarme en el grupo de chulo y meretrices, en la recreación que en la Plaza Mayor hizo el Canal de Isabel II el 27 julio 2001, para conmemorar el CL aniversario de la traída del agua del Lozoya desde la sierra, allá en el Pontón de la Oliva, a 77 kilómetro de la Villa.
Para retrotraer el ambiente a 1851, año en que se firmó el decreto para realizar las pertinentes obras, que el codiciado líquido llegó en 1858, se compartió la Plaza Mayor en varios escenarios. Zona de juegos, calle de artesanos, jardines de Palacio, Corrala, café de la época... Distintos actores encarnaron diferentes personajes. Pregoneros; alguaciles; amas de cría; damas de la alta sociedad; nobles; militares; artesanos; picapedreros; herreros; segadores; cojos; ciegos; pícaros; aguadores con burrillos con sus cerones y botijos de la época con agua de cebada, azucarillos, limonada y hasta con anís, como era el caso de Alvarito, un burrillo venido de Zamora. Y allí decidí situarme donde me manda el diccionario de la Real Academia de la Lengua, con el chulo y las meretrices.
Desde la edición de 2001, prostituta: Persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero. Ramera: Mujer cuyo oficio es la relación carnal con hombres. Puta: Prostituta. Conclusión, la mujer pública siempre puta, ramera, prostituta.
Desde el día que, gracias al diccionario, me enteré que soy puta, ramera, no he llegado a comprender que los grupos feministas; las académicas; incluso las mujeres inmersas en política, porque también queda mal parada la mujer de partido, considerada de partido o de punto; el Instituto de la Mujer y aquel libro que se refería concretamente al trato en el diccionario; algunas reuniones Congreso-Real Academia... incluso para dejar a la mujer bien definida ante la violencia de género, no hayan terminado con este machismo académico.
Comprendo, como me dijo Rafael Alvarado, que se trata de algo muy arraigado, tanto como el vicio más antiguo de la humanidad, pero tendrán que convenir conmigo, que en mujer pública se puede añadir otra definición que venga en decir que, una vez la incorporación de la mujer a la sociedad y su desarrollo, también es mujer pública, aquella que como el hombre público es: la que interviene públicamente en los negocios políticos. Ahora que se prepara la vigésimo tercera edición del diccionario, en la que se están incluyendo sin prejuicios algunos vocablos como: perder... aceite, ir de culo, entre otros, me pregunto si tendrá esa "valentía".
Como me considero mujer pública por cuanto soy activa dentro de la sociedad y he dado algunos pasos en favor de esa integración de la mujer en la misma, cuando la vigésimo segunda edición del diccionario me ratificó como puta, ramera, decidí integrarme en el grupo de chulo y meretrices, en la recreación que en la Plaza Mayor hizo el Canal de Isabel II el 27 julio 2001, para conmemorar el CL aniversario de la traída del agua del Lozoya desde la sierra, allá en el Pontón de la Oliva, a 77 kilómetro de la Villa.
Para retrotraer el ambiente a 1851, año en que se firmó el decreto para realizar las pertinentes obras, que el codiciado líquido llegó en 1858, se compartió la Plaza Mayor en varios escenarios. Zona de juegos, calle de artesanos, jardines de Palacio, Corrala, café de la época... Distintos actores encarnaron diferentes personajes. Pregoneros; alguaciles; amas de cría; damas de la alta sociedad; nobles; militares; artesanos; picapedreros; herreros; segadores; cojos; ciegos; pícaros; aguadores con burrillos con sus cerones y botijos de la época con agua de cebada, azucarillos, limonada y hasta con anís, como era el caso de Alvarito, un burrillo venido de Zamora. Y allí decidí situarme donde me manda el diccionario de la Real Academia de la Lengua, con el chulo y las meretrices.